miércoles, 7 de noviembre de 2012

Reunión en el parque



















Reunión en el parque

Hoy nos reunimos en el parque.

El plantel de profesores de nuestro instituto es muy extenso y debiamos discutir algunos temas curriculares. En esta época calurosa del año, decidimos dejar todo protocolo y hacerlo al aire libre. Hay un parque a pocas cuadras que interrumpe el espacio urbano de edificios y asfalto. Los jóvenes alegran el lugar con su optimismo, los juegos de pelota, los paseos y reuniones que dan un aspecto que contagia alegría y juventud al ambiente.


La tarde calurosa no llegaba a ser agobiante. Un gran sol iluminaba el parque que, debido al verano próximo, mostraba un conjunto verde por completo. Buscamos refugio al costado de unos árboles que ofrecían una sombra generosa.


Después de discutir los temas de rigor, pudimos dispersamos en grupos más pequeños para así disfrutar de una charla más íntima, al mismo tiempo que tomábamos algo fresco.


Me uní a un grupo que discutía amablemente de cine, una materia que me apasiona. Disfruto mucho de ese arte. Me gusta analizar el guión, los actores, la fotografía, la música, la intención del director... Cinéfilo como pocos, suelo ser una lata, porque veo todo tipo de películas, pero principalmente las que no colocarías en el escaparate de comecial.


Sentados en el pasto en un pequeño círculo, mis compañeros hablaban sobre algunos films que habían visto. Terminé por recostarme entre dos profesoras, apoyando un brazo en el suelo húmedo mientras sentía el contacto con el césped. Quedé enfrentado a una bella dama que se reclinaba cómodamente en una reposera.


De aspecto grácil, pero no de fragilidad delicada, tenía su largo cabello recogido. De su nuca escapaban algunos mechones de color castaño claro, dándole un aspecto juvenil a su rostro. Sobre el torso vestía una prenda elastizada ajustada con flores, que mejoraba el delicado conjunto. Resaltaban unos ojos azules claros que me hipnotizaron desde un primer momento.


Averiguaría más tarde que tenía cincuenta y cinco años, pero tan bien llevados que no aparentaba más de cuarenta y tantos. Su personalidad magnética se apoderó inmediatamente de mí. Jovial y vehemente, hablaba de cine con el placer del que gusta mirarlo todo.


Una frente amplia, una nariz europea y unos labios rosados naturales bien formados terminaban de darle ese aspecto tan atrayente que atrapó mis miradas y acaparó mi antención. Del extremo de sus ojos se podían ver las pequeñas arrugas típicas de su edad que armonizaban plenamente el conjunto de su belleza.


La gesticulación de sus manos delicadas, adornadas con un par de anillos discretos, llamaron aún más mi atención. Vestía unas calzas negras ajustadas que terminaban debajo de sus redondas rodillas.


Podía apreciar unas bellas piernas delgadas que destacaban en unas pantorrillas bien formadas. Exquisitamente depilada, podía disfrutar de la vista de su rosada piel que se veía suave e invitaba a admirar.


Sus pies desnudos calzaban unas sandalias que les dejaban desnudos casi en su totalidad. Sus pequeños tobillos se estrechaban para continuar con unos hermosos pies coronados en dedos pequeños y delicados.


Sentada y con sus piernas apuntando hacia mí, yo me permitía la vista de su tranquila belleza, admirándola en la totalidad de su plenitud. No veía yo presunción alguna en sus maneras, aunque percibía un aire señorial en ella. Dueña de una personalidad magnética, poseía ese don escaso que se presenta en pocas damas. Atraería aún cuando no destacara por su belleza. Este no era el caso.


Yo no podía dejar de mirar sus piernas, tan atraído me sentía por su influjo. Sus ojos me miraban y yo sin descaro alguno, permitía que atrapara mi furtiva mirada que recorría sus pies y sus piernas para luego terminar en los azules ojos que me interrogaban en silencio.


Al pasar comentó que vivía a un par de cuadras de allí, cerca del parque en el que estábamos. Cuando se desocupó el lugar que estaba a su lado, me acerqué para acaparar su atención. Comencé con ella una conversación individual.


Hablamos largo rato de muchas cosas intrascendentes. Poseedora de una personalidad optimista y emprendedora, intentaba buscar siempre el aspecto positivo de la vida. Me recomendó un par de libros y gentilmente se ofreció a prestármelos.


Al ritmo de la conversación, me dí cuenta que María (tal era su nombre), se había percatado de mi atracción por ella. Parecía halagada, pero en una acción propia de una mujer cautelosa, tomó los recaudos de mencionar a su familia, principalmente a su esposo. Al hacerlo me contó que estaba de viaje y que sus hijos adolescentes, trabajaban y estudiaban por lo que su casa le esperaba vacía.


Mi tranquilidad al saber de su estado marital y la persistencia de mi coqueteo fueron bien recibidos de su parte. Yo estaba muy cerca de ella y llevaba mi mirada sobre sus pechos, su vientre y sus hermosas piernas. Cuando me enfrentaba para mirarme diectamente, sin disimulo observaba yo sus labios con la expresa intención de ser atrapado en el delito. Pareció gustarle mi descaro.


Al terminar la reunión, me ofreció los libros prometidos a condición de que le acompañase a su casa. Acepté con vehemencia y llevando su bolso y la reposera, caminamos hasta su casa prolongando la estimulante conversación que teníamos.


Me hizo pasar amablemente a su casa y fuimos a una habitación grande y alfombrada. Había un hogar apagado por la época del año, tres sillones y una gran biblioteca que ocupaba toda la pared. Un gran ventanal permitía ver un verde parque que con algunos árboles y sillones de jardín, invitaba a descansar y leer en una tarde tranquila.


Tomó uno de los libros para entregármelo. Cuando lo hizo, lo dejé sobre una repisa cercana, y apropiándome de sus manos. acerqué sus palmas a mis mejillas. Ese gesto tierno de intimidad entre amantes pareció conmoverle. Besé sus palmas mientras sentía como respondía a mi caricia con sus dedos.


Elevé sus brazos obligándola suavemente a que rodeara mi cuello. Atraje hacia mí su cuerpo y pude sentir el rozar de sus pechos con los míos. Tomé con mis manos su cintura atrayendola hacia mí. Mi sexo duro se apoyó sobre su vientre mientras ese cuerpo angelical se apretaba contra el mío.


Su aliento me dejaba sentir una respiración entrecortada. Sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos. Le besé suavemente mientras mis manos recorrían los contornos de sus nalgas. Nuestras lenguas juguetearon con movimientos suaves y penetraron nuestras bocas. Su saliva llenó la mía y una sensación fresca me invadió mientras le saboreaba.


La mano derecha de María se deslizó hacia abajo para acariciar mi pene, que a través del pantalón se notaba duro y erecto. Completó el gesto con un suave movimiento de todo su cuerpo y con su mano izquierda me atrajo fuertemente hacia su boca.


Nos desnudamos mutuamente dejando las ropas sobre la alfombra. Al quitarle la tanga que traía, no pude evitar llevarla a mi cara en un intento de oler su aroma vaginal antes de iniciar nuestro juego de amor. Mientras aspiraba fuertemente oliendo su ropa interior, mis ojos le miraban directamente. María se excitó y acercándose a mí, apoyó su vientre contra mi sexo mientras le manchaba yo su abdomen con mi flujo. Presionando contra mí, me besó nuevamente y con su mano acariciaba la cabeza de mi polla que sobresalía entre los dos cuerpos apretados.


Senté a María sobre el sillón y le abrí las piernas para besarle en su sexo. Mientras acercaba mi boca y le besaba con mis labios, noté su olor personal que terminó de renovar mi vigor. tomé sus muslos para llevarlos sobre mis hombros mientras sus pantorrillas acariciaban mi espalda. Sentía la suavidad de sus muslos sobre mis mejillas. María me acariciaba con ellos, movía rítmicamente sus caderas y disfrutaba sin inhibiciones de mi boca. Atraía mi cabeza para recibir caricias más intensas.


Yo estaba extasiado. Inundado de su olor, lleno de sus fluidos corporales no podía dejar de saborear sus liquidos en mi boca mientras con mis labios jugaba con sus labios mayores. En mis movimientos involucraba también mi nariz para cariciarle su interior. Cuando mi lengua intentaba penetrar en su vagina, con un movimiento de sensualidad y esfuerzo extremo me alejó. Entendí que quería reservar la penetración para disfrutar de mi pene. No intenté más con mi lengua entrar en su vagina y me dediqué a masajear por fuera. María se contraía para disfrutar más del juego mientras movía ritmicamente sus caderas.


Sus gemidos se intensificaron y se hicieron roncos. Tiró suavemente de mí porque me quería dentro.


Le recosté sobre el sillón mirando hacia el frente del hogar. Su cuerpo de costado, los muslos y las piernas recogidas, me permitían ver la escultura de su perfección. Sus caderas se me ofrecian por completo. Tomé su pierna izquierda y la elevé ligeramente. Deslicé un poco su pierna derecha hacia mí mientras mi pierna se entretegía con la de ella.


Mi pierna derecha se apoyaba en el sillón. María estaba así recostada mientras mi cuerpo erguido me permitía penetrarle de costado. Juntábamos todo lo posible nuestras pelvis mientras le invadía por completo. Disfrutábamos de nuestros cuerpos.


Sentía su vagina contraerse mientras María guiaba mi mano izquierda a su clítoris para completar su satisfacción. Con la derecha, tomaba su nalga y con la punta de mis dedos exploraba el agujero de su ano mientras le sentía contraerse al ritmo suave de mis movimientos.


El juego amoroso duró algunos minutos. María terminó primero y cuando contraía su cuerpo con esos movimientos involuntarios posteriores al orgasmo, terminé yo. Sentí como mi semen se derramaba sobre el fondo de su coño. Después de terminar, seguí masajeando su interior con mi erguido pene durante algunos minutos más.


Pasamos el resto de la tarde juntos. Para evitar una situación incómoda, me retiré antes de la llegada de sus hijos.


Aún no le devuelvo sus libros. tengo que llamarle pronto.

 

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