miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mañana sabatina
















Mañana Sabatina

Patricia vive en nuestro edificio, apenas unos pisos más arriba.

Tan pronto se mudó con su marido se hizo amiga de mi esposa. Se llevaron bien al primer momento, tanto así es que practican varias actividades en conjunto. No comparten la profesión, porque Estela es abogada y Patrcia enseña inglés.

Sospecho que entre las dos existe esa relación compiche que les lleva a contarse mutamente sus historias de alcoba, porque a veces Patricia bromea conmigo mientras hace comentarios cínicos sobre algunas cosas que le pido a mi mujer, que nunca acepta nada. Pero no los hace de un modo hiriente, sino más bien cómplice, como dando a entender que me comprende y que sabe que su amiga es del todo mojigata como para jugar a seducirme.
Patricia está casada con hombre de su misma edad, pero poco es lo que sé de él. De carácter esquivo y huraño, apenas le veo en un intercambio más bien monosilábico. Sé que trabaja en construcción, pero sin saber si es ingeniero o arquitecto.

Su matrimonio es como el mío en ese aspecto, como una solución de agua y aceite de dos personalidades que nada tienen de común, de mundos distintos uno del otro.

Cuando está de buen ánimo Patricia juega a conquistarme descaradamente frente a su amiga mientras le sigo la corriente y hago el idiota. A mi esposa no le gusta, como si fuera yo de su exclusiva propiedad, y termina por fruncir la frente en una mueca de desagrado mientras hace algún comentario del tipo "ya sabes que eso no me gusta". Patrcia estalla en carcajadas sonoras y agradables y me toma del antebrazo con una mueca que refleja el pensamiento de "parece que hoy sí logré irritarla".

Habitualmente salen juntas a caminar por Palermo las mañanas sabatinas. Cuando lo hacen, reflexiono pensando que Patricia es inmune al carácter agrio de mi esposa, porque no parece que las horas que pasan juntas puedan afectar su carácter alegre y su luminosa personalidad despreocupada. Nunca le he visto de mal humor, sino más bien sonriendo. Ojalá contagiara a mi mujer.

El parque está a tres cuadras de nuestro edificio, que se ubica en la esquina de Godoy Cruz y Cerviño. Al llegar a este país (¿te dije que vivo en Buenos Aires?) quedé prendado de ese parque. Con cruzar una avenida puedes alejarte del ajetreo y relajarte, gozar del sol o descansar tranquilamente mientras caminas por zonas muy bonitas como el Rosedal o el Planetario.

Ese sábado que estoy relatando, salieron Estela y Patricia a caminar, correr un poco y ejercitar. Me quedé tomando un café, leyendo un libro y relajándome a la espera de que volviera Estela para salir yo a caminar un rato. La mañana era soleada y calurosa, muy agradable. Los niños dormían en sus dormitorios.

Pasaron un par de horas o algo así, cuando regresaron. Me aprestaba a salir cuando Patricia me preguntó si podía ver su ordenador porque estaba fallando. Como ni ella ni su esposo se llevan muy bien con ese tipo de equipos, se le ocurrió que podía echarle una mirada para ver qué le sucedía. Le dije que sí, y despidiéndonos de Estela, que ya se preparaba para una ducha, salimos al pasillo y tomamos el ascensor para subir al apartamento de mis vecinos. Patricia tomaba agua de una botella y parecía tener una sed inacabable.

Como íbamos solos, bromeó diciendo algo como que hoy era mi día de suerte porque Estela hace el amor como una actividad planificada y nos reímos un poco porque le dije que sí, pero que si perdía la agenda ya podía yo despedirme de las actividades sexuales. Se rió de buena gana y comenzó con su juego de seducción diciendo que de mil amores me ayudaría con el sexo, porque al parecer en algunas partes de su cuerpo ya le estaban creciendo telarañas. Me estaba coqueteando.

En eso estábamos mentras yo sentía el suave olor a sudor que emanaba de su cuerpo. Sabía que se había bañado antes de salir a ejercitar porque llegó a casa con el pelo mojado y un fuerte aroma a escencias en el cuerpo. Ahora el aroma a jabón que le envolvía se mezclaba con las suaves fragancias de sudor limpio y de su piel.

Patricia vestía una franela de color rosa y pantalones de gimnasia azules muy oscuros, casi negos. Medias cortas y zapatillas.

Su cabello es largo hasta llegar por debajo de los hombros. En esa ocasión lo tenía sujetado atrás y dejaba ver una frente amplia. Es pequeña y yo le llevo casi una cabeza y media. De cara oval, mejillas redondeadas, cejas anchas apenas retocadas. Su nariz termina en un punta redonda que parece una guinda. Labios rosados y gruesos que contronean una boca con risa delicada y fácil que suena serenamente entrecortada. Esa sonrisa es permanente, de esas que dejan ver toda la hilera de dientes, blancos y grandes como perlas recién sacadas del mar.

Algo regordeta, pero de peso perfecto, tiene pechos voluminosos, un abdomen adorable y un culo esculpido con nalgas bien paradas en las que terminan un par de muslos de buen porte y piernas contorneadas. Sus ojos son marrones y brillantes, con aspecto de almendras. Tiene pestañas naturales y cortas. No es afecta al maquillaje, lo que le favorece porque su aspecto es juvenil y espontáneo.

Cuando llegamos a su puerta, me contó que su esposo no estaba. Había salido por el fin de semana a pescar con amigos. Patricia no quería aburrirse y había optado por quedarse. Antes de ir a mi casa, su madre se había llevado al niño que ambos tienen hasta el mediodia, así es que estábamos solos. Bromeé diciendo que su esposo no estaría contento con mi visita y ella comenzó de nuevo su juego de seducción diciendo que mientras no le diera un masaje ni le preparara el baño, no habría ninguna historia entre nosotros. Me reí y le seguí el juego.

Entramos y Patricia se sentó en una silla frente al ordenador, lo prendió y comenzó a operar el mouse. El problema resulté ser una tontería. Debía aprender a usar unos botones. Cuando iba a retirarse para darme el control completo, le dije que aguardara, que le enseñaría allí mismo. Su mano estaba sobre el mouse y para darle idea de la velocidad con que debía pulsar los botones, puse mi mano encima de la de ella. El contacto fue agradable.

Mientras tomaba su mano con la mía y le guiaba en las operaciones, me había inclinado, llevando mi rostro a colocarlo muy cerca, detrás y a su derecha. Le hablaba susurrando casi sobre el delicado pabellón de su oreja . Mi brazo acompañaba al suyo, rozándole apenas. Cuando ella asentía dando a entender que comprendía alguna explicación, movia su cabeza de tal modo que me hacía sentir la suave mezcla de olores de su cuerpo. Incliné mi cara levemente para rozarle apenas la piel de la mejilla. Adelanté un poco mi rostro y rocé su largo y lacio cabello. Las explicaciones se hacían más pausadas, más lentas y mi voz más susurrante.

Patricia seguía diciendo que sí, pero sus movimientos fueron tornándose más lentos. Inclinó apenas su cabeza como para acercar un poco más su barbilla a mi rostro. Su respiración era profunda. Podía ver como se movían sus pechos a un ritmo pausado y tranquilo. Ante alguna explicación larga, volteaba su rostro hacia mí mientras nos mirábamos de muy cerca. Ella alternaba la mirada entre mis ojos y mi boca.

Estábamos cerca, demasiado. Podía sentir su aliento perfumado sobre mi rostro. Su nariz comenzó a dilatarse con cada aspiración como si quisiera olerme. Mi mano izquierda se adelantó pasando el respaldar de la silla para sobar firmemente su abdomen, de esa manera intensa que acompaña a la pasión. Miramos mutuamente nuestras bocas en un gesto que anticipa al beso entre enamorados. Yo casi le abrazaba través de la silla que ocupaba mientras su espalda se acercaba a mi pecho.

Comenzamos mordisqueando apenas nuestros labios. Las lenguas se insinuaron entre ellos y tenuemente se rozaron, tocándose con esa timidez propia del primer encuentro. Con su mano izquierda, Patricia tomó la mía, que descansaba en su vientre y la dirigió a su entrepierna. Guiaba a mis dedos, que terminaron rozando la suave protuberancia de su sexo.

Su coño se ocultaba esquivo bajo las ropas, pero era suave, esponjoso y lo sentía caliente como su cuerpo entero. Apenas rozaba yo el monte de Venus dando pequeños círculos que abarcaban el clítoris y los labios.Cada tanto Patricia tomaba mi mano y ella misma se acariciaba a través de mis dedos moviendo mi brazo adelante y atrás en su entrepierna. Frotábase descaradamente contra mí como si fuera yo su vibrador personal y acompañaba el gesto con un gemido que resonaba sordamente en mis oídos .

Quitó la mano del mouse y guió mi mano derecha que estaba sobre la suya. Tomándola, acercó mi palma y dedos a sus pechos. Los acaricié con ansia y nerviosismo mientras mis dedos se despegaban para llegar a la base de su cuello y seguir acariciando hacia arriba, para envolverle por el costado izquierdo de su rostro. Terminé aprisionándo su nuca dulcemente al sostener el cabello humedecido de sudor. Mis dedos se mojaron.

Peiné la nuca de Patricia con mis dedos acariciando su piel suave y maravilosa. Seguí por la base de su delicada y redonda cabeza. Gimió levemente con ese jadeo de pasión parecido a un gato ronroneante. Mientras le acercaba hacia mí aún mas todavía, abrió su boca para que su lengua invadiera la mía. Yo a mi vez acariciaba la suave interiorioridad de sus fauces y recogía con la punta de mi lengua el licor suave y templado que salía de su boca para atraerlo cual imán a la mía. Estaba yo saboreando a Patricia con esa sensación mezclada de deleite y excitación que aparecen en el juego previo del amor.

Gimió más fuerte y pude sentir la vibración de su voz entrecortada que invadía el interior de mi cuerpo y hacía resonar mi tórax. Tenía yo mis ojos cerrados y podía disfrutar de una sensación en la que Patricia fundía su cuerpo a través de mi carne y me invadía por adentro. Penetraba ella toda la interioridad de mi ser. Nadie más que ella puede hacer sentir más intenso un beso en mis labios. Patricia sabe besar como pocas y me enseñaba en esa generosidad que da la entrega al placer mutuo. La imagen de dos cuerpos que se funden entremezclados iluminó mis pensamientos mientras los relojes detenían su pasar y el mundo se desdibujaba en una bruma luminosa. Sólo éramos Patricia y yo, retenidos en un universo inmensamente vacío.

Movía intensamente sus caderas siguiendo el vaivén de mi mano que le acariciaba. Emitió como una queja que ondulante y sugestiva llegó a mis oidos mientras en mis dedos sentí un calor que humedecía sus ropas. La mancha ahora mojada acaparó toda la entrepierna de su pantalón, mientras el líquido mojaba sus muslos empapándolos y caía por sus piernas hasta sus medias. Sentí el agua cálida que escurría por mis dedos. No pude dejar de pensar en el deleite de probarla con mis labios y gemí. Ella gimió a su vez más fuertemente y elevó su cadera para que el contacto con mi mano fuera más intenso. Respondí presionando más aún su coño con una ola de excitación voráz.

La tomé entre mis brazos elevándola sin interrumpir nuestros besos y mientras sus ropas goteaban el cálido elemento por el suelo, la llevé a la habitación y le arrojé suavemente sobre la cama. Sus nalgas estaban muy cerca del borde y sus piernas apoyaban en el piso alfombrado de su habitación. Me arrodillé frente a ella estirando los brazos para alcanzar el borde elástico de sus pantalones y tomando al mismo tiempo su ropa interior, de un tirón experto deslicé sus ropas hacia mí, dejando al descubierto su abdomen y caderas. El mojado sexo dejaba ver las gotas del líquido que tanto me habían excitado. Retiré con un solo movimiento sus ropas y zapatillas y pasé a quitarme todas mis prendas. Patricia desnudó el resto de su cuerpo y nos preparamos dándonos un húmedo beso, ellá sentada y yo arrodillado mientras nuestros cuerpos se tocaban y mojaban.

Subí sus pies al borde de la cama mientras Patricia se recostaba. Sus rodillas apuntaban hacia el techo, tenía los muslos y piernas plegadas mientras su coño se me ofrecía jugoso. Llevé mi boca muy cerca de su sexo, casi rozando su cabello. Pude oler esa fragancia penetrante que venía de su interior, mezcla de sus fluídos, la piel suave de sus labios y el sudor del ejercicio matinal. A ese aroma vaginal se agregaba un suave olor al orín que le había mojado tanto, pero no era intenso, por el contrario muy suave y apenas perceptible... tan delicado y suave que no hizo más que excitarme aún más. Sentía el calor en mi pene producto de su erección. La piel se había coloreado de un rosado intenso y se veía brillante por el agrandamiento tan intenso que experimentaba. Sentía la polla dura, la cabeza crecida y ya podía sentir el fluído que se escapaba mojándome.

Con mi lengua separé mis labios y lamí el interior de Patricia mientras recogía todos sus maravillosos fluídos que paladeaba con fruición para terminar llevándolos a mi boca y tragándolos con perverso placer. Mi amante contraía sus músculos y podía sentir cómo los orificios de su uretra y vagina bailaban al compás de mi lengua y mis labios. Toda mi boca y aún mi cara comenzó a empaparse de sus líquidos. Podía sentir cómo el olor intenso de su coño se pegaba a mi cara. En ese momento un chorro final salió de su uretra y el cálido orín mojó mi boca y chorreó por mis labios. Apenas sentirlo, lo sorbí para probarlo. Era caliente, prácticamente no tenía sabor pues agua parecía. Pero al sentir que de su interior venía mi cabeza explotó en olas de extremas sensaciones que se mezclaron con un gemido intenso de mi hembra, mientras movía hacia arriba y abajo su cadera de tal modo que mojó toda mi cara, desde la frente hasta la barbilla.

Eso pareció excitar fuertemente a Patricia cuyos gemidos eran tan fuertes que poco faltaban para llegar a ese grito suave que precede al clímax. Moví girando mi rostro de un lado al otro para empapar mis mejillas. El fluido vaginal que salía y nos lubricaba se sentía caliente, espeso y oloroso.

Me incorporé para acostarme boca arriba mientras Patricia se montaba sobre mí, arrimando su coño mojado a mi pene. Tenía sus piernas plegadas a mi costado, lo que permitía acercar y alejar su cadera de la mía con un movimiento suave logrado por sus muslos. Movía las caderas adelante y atrás tocando con su interior mi polla, masajeándola intensamente, pero sin dejar que le pentrase todavía. Volvimos a besarnos con las lenguas nuevamente mientras ella me sostenía las mejillas con ambas manos. Por momentos separaba un poco sus labios y dejaba que su saliva se escurriera en mi boca por su lengua para sentir el placer intenso que eso le provocaba. Yo recibía esa saliva y le sorbía para su deleite.

En un momento, comenzó a desplazar su cadera por encima de mi cuerpo, rozando su empapado sexo por mi abdomen y mi pecho, lubricándolos como una hembra que marca su territorio. Sentía yo un placer extremo al sentir sus fluídos y olores por mi cuerpo tanto así que tomaba sus muslos con mis manos y le guiaba en ese movimiento que termino dejándome impregnado de su olor.

Cuando estábamos listos, puso sus caderas para enfrentar mi sexo. Yo estaba duro ya por una excitación que parecía haber hinchado tanto mi polla que poco faltaba para eyacular. Me controlé muy bien cuando mi polla le penetró hasta el fondo, llenándole completamente. Patricia bajó sus caderas al máximo y se quedó un momento disfrutando de la plena penetración. Yo contraía mis músculos para que sintiera como mi cabeza se expandía en su interior alternativamente. Podía sentir sus intensas contracciones a las que también acompañaba Patricia con sus propios músculos, aprentando mi palo fuertemente en su interior. Movía sus caderas adelante y atrás y luego hacía movimientos circulares. Yo en todo momento acompañaba la presión de mi pubis con su clítoris para estimularle mejor. Mi mano izquierda le acariciaba toda la piel de su hermoso y regordete cuerpo. Los dedos de mi mano derecha habían seguido la linea de su culo y se abrían rodeando a mi polla para estimular los mojados labios de su coño con movimentos de vaivén.

Jugamos un rato largo en esa pose, cuando Patricia me dijo que estaba dispuesta y lista, traté de controlarme hasta que sentí cómo su orgasmo explotaba en su afiebrada vagina para entonces terminar yo con un chorro de esperma que llenó su interior. Sentimos cómo nuestros cuerpos se contrayeron involutariamente tres o cuatro veces. Aun penetrada, Patricia se inclinó para besarme en ese nuestro beso final. Entrelazamos largamente nuestras bocas abiertas lo más que pudimos para terminar recostados juntos en su lecho.

Después algunos minutos de cariñosa intimidad, nos bañamos mutuamente.

Como Patricia estaba sola, le invité a almorzar.

Comimos juntos ese mediodía Estela, su amiga, Patricia y yo. Cada tanto entrelazábamos mutuamente nuestras miradas cómplices .


 
 

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