miércoles, 7 de noviembre de 2012

La fiesta




















La fiesta

 Nos hemos alejado de la fiesta que transcurre en la planta baja. Estamos en el complejo de un club con tres salones y muchas dependencias vacías. Sólo nuestro salón tiene una fiesta, mientras el resto permanece apagado y en penumbras.

Hacía varios meses que no coincidíamos y por fortuna nos sentaron enfrentados en la mesa. Durante la cena intercambiamos miradas furtivas, de esas que enlazan pensamientos y que comparten secretos.

Noto que estás hermosa y que tu cuerpo luce un vestido negro entallado que abre por delante. Nuestras miradas se cruzaron demasiadas veces para ser casualidad. Tú me buscas disimuladamente y nuestras sonrisas se insinúan cuando me encuentras.

Al salir a bailar me miraste sugerente, seductora. Y comprendí. Esperé unos minutos y saqué a mi pareja, llevándole disimuladamente para ubicarnos cerca de ti. No pude evitar seguir tu juego.

Mientras nos movíamos en la pista, tu con tu marido y yo con mi mujer, ambos sabíamos que bailábamos entre nosotros. Un roce furtivo, una mirada escondida, una simulación permanente. Tu danzas a mi lado mientras tus cabellos me acarician y tu perfume me embriaga. Las luces que se apagan, las manos que se rozan. Mis ojos que te miran.

Convesábamos amablemente en la pista cuando fuimos los cuatro hasta la barra. Les invité a una copa y nos unimos a un grupo animado. En medio de la conversación divagante de nuestros amigos, me miraste con urgencia y te alejaste como si fueras al baño. Volteaste apenas para verme en un gesto inconfundible.

Me desprendí del grupo con la excusa de saludar a otros amigos y en un momento de descuido, te seguí subiendo las escaleras para llegar al primer piso. Allí estabas esperándome. Sin decir una palabra, te tomé de la mano y te guié para llegar a una dependencia alejada, en el medio de la oscuridad que nos envolvía.

Trabada la puerta, nos besamos en un arranque de pasión mientras abría torpemente tu vestido. Con mi mano izquierda busqué la cálida humedad de tu sexo. Tus manos desprendieron mi cinturón y en un movimiento suave le abriste. Alli, en medio de la oscuridad y el silencio de la soledad cómpice, comenzamos a masturbarnos fogosamente. Pude sentir la suavidad de tus manos y la delicadeza de tu piel.

Te puse de costado para usar los dedos de mi mano izquierda y acariciarte el clítoris presionando firmemente sobre él. Con mi mano derecha pasando entre tus nalgas, tomé delicadamente los labios menores para acarciciarlos. Estabas ya humedecida y mis dedos notaron la sensación del suave flujo que emanabas. Tu mano izquierda me masturbaba acariciando mis testículos, mi polla y la cabeza con un vaivén suave y delicado. Me gusta que me masturbes frotándome de ese modo. Cuando podía, yo apoyaba mi pene contra la piel de tu cadera izquierda.

Mis dedos resbalaban en tu lubricada raja por la cantidad de flujo que te salía. Yo no paraba de decirte cosas obscenas al oido, susurrándotelas, pidiéndote respuestas a las que respondías con voz entrecortada. Apretabas tus piernas contra mis manos que te poseían por completo.

Después de algunos minutos, llegó tu orgasmo mientras los dedos de mi mano derecha te penetraban y la izquierda te frotaba intensamente. Me derramé en tu mano, mojando la piel de tu cadera y abdomen.

La noche, para mí, apenas había comenzado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario