miércoles, 7 de noviembre de 2012

Carolina y la lluvia ( Carolina 1/2)
















Carolina y la lluvia
( Carolina 1/2 )

Carolina es una mujer atractiva.

Carolina es mi jefa, lo que teniendo en cuenta las circunstancias, puede ser un problema.
Bueno, para ser sincero, el problema es que Carolina es casada, igual que yo.
Yo soy discreto. Muy discreto. Ni mis amigos más cercanos conocen lo que llamo "mi segunda vida".

Esa segunda vida comenzó con Carolina. Huau, cuando pienso en ella me olvido que tiene cuarenta y tantos años y dos hijos adolescentes. Tengo un fetiche con las mujeres maduras.

Es una mujer fantástica. Mide 1,70, con hermosas formas. Quizá con un par de kilos de más, pero bien llevados. Su cabello es negro azabache, ligeramente enrulado, le llega por debajo de los hombros. Una frente amplia, unos labios jugosos, Ojos café. Manos pequeñas, Un busto pequeño (no me gustan muy pechugonas), unas amplias caderas y barriga firme y delicada.

Un todo que es un paquete de los dioses. Su voz es suave y cantarina. Me gusta su risa. Sus modales te hacen sentir cómodo y cercano. Algunas mujeres dirían que es "toquetona" porque cuando se acerca a tí, busca la forma de tener contacto físico, tocándote con sus hermosas manos.

No me malinterpretes. No es una "buscona" en el sentido normal. Todo esto ha sido una casualidad, una extrañeza. Un destino inexorable.

A veces te sientes impulsado por el viento o la oportunidad. Nada hubiera pasado si no sucedían una serie afortunada de acontencimientos.

Carolina tenía que dar una charla. En su rol de jefa departamental, debía viajar rápidamente a un par de cientos de kilómetros. El problema es que no manejaba con soltura los datos de mi oficina. Es una buena jefa, y sabe delegar. Conocía los datos globales, claro, pero no los detalles mínimos. Y era muy seguro que se los preguntarían en su exposición.

Así, natural y sin medias tintas, me preguntó si podíamos ir juntos ya que yo era el especialista. Le dije que sí, claro está. Sin saber en que ese viaje cambiaría nuestras vidas.

A la mañana del jueves siguiente, viajamos en mi auto. El suyo quedó con su marido para que pudiera llevar los críos a la escuela, así es que me pareció natural compartir el viaje. A ella no le pareció mal.

Para el mediodía, casi llegando la tarde, y ya almorzados, la charla había sido un éxito. Carolina no sólo es hermosa ¿no te dije que también es brillante? Pues... lo es. Y es un gusto trabajar para ella.

Lo cierto es que llovía copiosamente. Como estábamos en una localidad de montaña, los pasos estaban inundados. La policía lugareña aconsejaba viajar al día siguiente. Mala suerte.
Convinimos en buscar un par de habitaciones en un hotel cercano mientras les avisábamos a nuestras familias.

No quedaron muy contentos su esposo ni mi mujer, pero había que rendirse a lo evidente. No podíamos abandonar la locación.

Llegamos al hotel que resultó ser una posada y quedamos en que iría a buscarla a su habitación después de bañarnos y descansar un rato.

Luego de un par de horas, el cielo seguía cerrado y llovía copiosamente. Descansado, limpio y de buen ánimo, compré en la cocina del hotel un par de cafés (Carolina lo prefiere con crema), algunos trozos de torta de chocolate (¿a quién no le gusta?) y con una bandeja prestada, fui a su habitación a conversar y pasar un rato hasta el anochecer.

Se suponía que cenaríamos en el comedor de la posada.

Cuando Carolina me abrió la puerta, con su amplia sonrisa, tenía el pelo algo mojado. El perfume de su piel me llegó suavemente y una sensación de bienestar me embriagó inmediatamente. Ella tiene ese efecto en mí.

Siempre reacciono así con Carolina. Creo que a un nivel inconsciente yo ya sabía que estaba enamorado. Y creo que a nivel inconsciente también, a ella le pasaba lo mismo.

Se disculpó porque vestía sólo una bata (la ropa se le había mojado), y después de cerrar la puerta, me senté en un pequeño sillón frente al televisor, mientras ella lo hacía en la cama.

Tomando el café comentó lo tensa que estaba luego de la charla, por lo que le propuse darle un masaje en el cuello para relajarla.

Tuve que convencerla, porque al principio dudó un poco.

Creo que cedió por el hecho de conocerme desde varios años atrás, al ingresar a la empresa. Carolina es inteligente y atractiva. Como tal, siempre está a la defensiva porque muchos hombres se le acercan con dobles intenciones. No era mi caso. Yo realmente me siento cómodo cuando ella está presente.

Me senté a su lado y mientras Carolina inclinaba la cabeza lentamente hacia adelante y giraba suavemente para darme la espalda, comencé a frotar su hermoso cuello al tiempo que acariciaba su cabello y el aroma de su cuerpo me envolvía en la tarde gris y lluviosa.

De su boca salían muy suavemente algunos sonidos de placer inocentes. El ruido de la lluvia susurraba suavemente a través de la ventana mientras la brisa húmeda llegaba hasta nosotros.

Me dejé llevar. Seguí masajeando intentando avanzar a sus hombros. Me dí cuenta que no tenía el corpiño puesto. Seguí deslizando mis manos. Mi mano derecha desnudó finalmente su hombro y la bata se deslizó dejando parte de su torso desnudo. Mientras intentaba adivinar su reacción noté que inclinaba su cabeza suavemente a la izquierda, intentando apretar dulcemente mi mano entre su cuelloy su hombro.

La respuesta no dejaba lugar a dudas. Carolina reaccionaba a mis caricias. Una de sus manos se deslizó por mis brazos. La atraje hacia mí para que su espalda, ahora desnuda, se apoyara sobre mi pecho.

Al mismo tiempo mis labios buscaron su cuello, besándolo suavemente mientras aspiraba el perfume de su piel. Mis brazos la rodearon mientras buscaba la cinta que sostenía la bata para desatarla. Al abrirla, sentí la piel cálida de su abdomen.

Con movimientos suaves, acaricié su barriguita mientras deslizaba los dedos hacia abajo, hasta llegar al terciopelo de su sexo. Abrí las piernas suavemente y comecé a acariciarle los muslos al tiempo que mis dedos llegaban a la entrepierna.

Parecía un sueño o una fantasía. Mi corazón latía acelerado como el suyo.

Sentíamos la libertad de lo prohibido sin consecuencias.

Lejos de nuestras familias y nuestros hijos, podíamos expresar lo que siempre habíamos sentido el uno por el otro. Nadie podía vernos. Nadie podía acusarnos.

Sólo estábamos ella y yo, mientras la lluvia sonaba cristalina y suave.

El murmullo de un viento ya nocturno, refrescaba nuestros cuerpos desnudos.

Después de un breve descanso, bajamos a cenar.

Como todo esta aventura había sido un accidente que nos había atrapado con nuestras ropas de trabajo, antes de cenar le propuse a Carolina comprarnos una muda de ropa en un local cercano.

Luego de cambiarnos la ropa por una muda más cómoda, fuimos al comedor de la posada.

Al terminar de cenar notamos que sólo una pareja estaba hospedada. Y nosotros.

En realidad ya éramos una pareja, pero no en los términos normales y corrientes. Habíamos llegado por la tarde como una jefa y su empleado, pero con el correr de las horas, nos habíamos entegado el uno al otro, dando rienda suelta a sentimientos atrapados por años dentro de nosotros mismos.

En esa tarde lluviosa en la que por accidente los caminos cerrados habían impedido nuestro regreso, nos habíamos alojado para pasar la noche. Pero en un encuentro previo, a la luz de la primeras estrellas de la noche, habíamos hecho el amor.

Ahora estábamos terminando de cenar en el comedor del hotel, y nos mirábamos intensamente.

Guardábamos cierto arrepentimiento porque Carolina y yo estámos casados, aunque no mutuamente.

Aislados por la tormenta, ambos sabíamos que pasaríamos la noche lejos de nuestros hogares... juntos. Es extraño, pero después de calmar nuestros impulsos nos habíamos dado cuenta que siempre estuvimos enamorados.

La enorme atracción que sentíamos había explotado en ese encuentro de amor y de placer, marcándonos para el resto de nuestras vidas.

Habíamos despertado a un amor dormido, y ahora que lo sabíamos, deberíamos vivir con la clandestinidad de nuestro secreto.

Antes de subir, hablábamos con nuestras parejas. Al colgar, nos miramos intensamente y, tomados de la mano, fuimos a mi habitación.

Nos habíamos cambiado antes de cenar. Carolina lucía su hermoso cabello suelto.

Tiene un cabello algo enrulado y del largo perfecto. Su hermoso rostro tiene unos rasgos finos de princesa con piel clara, una frente amplia y una sonrisa fácil. Se había comprado una blusa tipo camisa de color blanco, entallada a la perfección y con rayas finas azules verticales.

Tenía unos pantalones negros no muy ajustados, pero que marcaban sus muslos y dejaban imaginar su bajo vientre. Ajustados por atrás, resaltaban su cintura y mostraban las suaves curvas de madre que tanto me atraen. Carolina es hermosa.

La blusa dejaba entrever un corpiño negro como su cabello y delineaba sus maravillosos senos, insinuando unos pezones erectos de emoción.

Yo también estaba excitado. No era para menos. Lo que había sucedido ni siquiera habría podido imaginarlo en mis más locas noches de lujuria. Finalmente lo que tanto había soñado secretamente, se había hecho realidad y Carolina se había entregado a mis brazos.

Nos despedimos del posadero y subimos a mi habitación.

Al cerrar y asegurar la puerta, nuestros labios se juntaron, abriéndose y entremezclando nuestras lenguas mientras nos abrazábamos con pasión.

El corazón me latía locamente, igual que a Carolina. Nos desnudamos torpemente entre los dos y finalmente nos deslizamos entre las sábanas.

Yo estaba muy excitado y notaba el pene erguido y erecto como nunca antes lo sentí. Sus delicadas manos acariciaban mis genitales, recorriendo suavemente mis testículos y al llegar al extremo de mi miembro, cerraba sus dedos mientras el pulgar se movía de un lado al otro estimulando al glande.

Mientras Carolina me acariciaba, su lengua penetraba mi boca mientras gemía en un tono suave y ronco. Yo sentía su respiración y al subir y bajar de su pecho, podía sentir sus pezones acariciar los míos porque yo estaba sobre ella.

Mis piernas estaban abiertas y entre ellas emergía la piel de su muslo. Con mi pierna derecha presionaba suavemente hacia arriba, para rozar su pubis y los labios de su vulva que emergían entre la mata de pelos.

Notaba que estaba excitada porque entre los labios mayores se asomaban limpiamente los labios menores de su sexo, crecidos y turgentes. En algunas pausas, yo separaba mi pierna y deslizaba mi mano derecha para tomar entre mis dedos sus labios menores. Apretaba suavemente y sentía el flujo escurrirse. Carolina estaba muy excitada.

Cuando no podía verme, yo llevaba mi mano derecha a mi boca para sentir el sabor de su sexo y poder oler el aroma de su cuerpo.

Yo había deslizado un poco mi cuerpo hacia abajo. Con mi boca, besaba sus senos y suavemente con mis labios succionaba sus pezones mientras los apretaba ligeramente. Notaba cómo se endurecían y podía sentir la reacción de su cuerpo.

Mi abdomen se apretaba contra su sexo, ya humedecido por el flujo de su excitación. Presionaba contra su entrepierna y Carolina respondía deslizando sus caderas hacia arriba y abajo suavemente, llenándome de fluído, lo que me excitaba todavía más.

Luego de un momento, con sus suaves manos, presionó mis hombros hacia abajo, indicándome que quería sexo oral.

No perdí tiempo. Tomé una de las almohadas y, levantando sólo un poco sus caderas, la deslicé por abajo de su cuerpo. Eso elevó ligeramente su cintura y preparó a su cuerpo en una mejor posición.

Tengo gran experiencia en sexo oral. Me gusta mucho hacerlo a mis mujeres. Carolina no sería la excepción.

Llevé mi boca muy cerca de su sexo y comencé a darle suaves besos. Separaba los cabellos con la lengua, liberando los labios menores y sobre la piel humedecida por el flujo, besaba suavemente su sexo con besos cortos. Podía sentir sus gemidos.

En esa posición podía rodear con mis brazos sus caderas, por debajo de los muslos, haciendo llegar mis manos a su abdomen, su bajo vientre, y sus nalgas. Su piel era suave. No hay piel más suave en una mujer que la del bajo vientre.

En esa posición podía estirar los brazos sobre el cuerpo de Carolina y, mientras acariciaba su sexo con mi boca, con mis brazos podía llegar a acariciar sus pechos, que caben competamente en mis manos. Ella estiraba sus pequeñas manos hacia abajo y acariciaba mis cabellos. A veces presionaba mi cabeza contra su cuerpo para indicarme que necesitaba caricias más intensas. Yo le obedecía mansamente mientras sentía que hablaba en ese tono susurrante que da el placer. Decía mi nombre una y otra vez.

Mientras Carolina gemía y movía sus caderas arriba y abajo, comencé a ser más intenso. Con la lengua recorría sus labios menores, ahora grandes, sabrosos y suaves. Empezaba a deslizarla desde abajo para llegar arriba, allí donde se juntan. En ese punto justo, presionaba suave y firmemente la lengua para encontrar su clítoris y masajearlo intensamente arriba y bajo. Se deslizaba a un costado y al otro sólo algunos milímetros, pero yo notaba cómo Carolina reaccionaba a su estímulo.

Finalmente luego de algunos minutos, la excitación fue muy intensa para ambos. Carolina tomó con sus manos mi cabeza y tiró suavemente de ella para indicarme que quería que deslizara mi cuerpo sobre el de ella y la penetrara.

Así lo hice. En nuestra locura de amor intenso, ya habíamos hecho el amor sin condón antes de cenar. Le pregunté que quería hacer ahora. Si quería un condón, sólo tenía que buscarlo en el bolsillo de mi pantalón, a unos centímetros de mí. Carolina dijo algo intenso. Dijo que no le importaba un embarazo si era mío. Eso terminó de enloquecerme de amor.

Tomé mi pene con mi mano derecha y deslicé el extremo del glande por su coño, buscando su vagina. Cuando llegué a ella, deslicé el pene sólo algunos centímetros hacia adentro, para excitarla aún más y permitir que el flujo la lubricara, dejándola lista para la penetración.

Entré y salí varias veces, hasta que sentí que el fluído le inundaba y el pene deslizaba lubricado. La penetré suave pero firmemente hasta llegar al fondo.

Me detuve unos instantes para sentir cómo los músculos de su vagina se contraían intensamente sobre mi miembro, como si lo rodearan y acariciaran dulcemente. La sensación de una vagina sin condón no tiene igual. Puedes sentir sensaciones únicas y hacer que tu mujer experimente cosas que antes no conocía.

Yo sabía que el esposo de Carolina le hacía gozar, pero al mismo tiempo sé que no hay dos hombres iguales. Y yo amo a Carolina, es por eso que quería que lo nuestro fuera especial.

Mientras estaba dentro de ella, en esos momentos de quietud, cuando su vagina se contraía, sentía como sus brazos me rodeaban y sus manos estrujaban la piel de la cintura baja de mi espalda. En esos momentos, yo contraía mis músculos perineales y agrandaba la erección aún más, por algunos milímetros. Sentía el glande agigantarse y por la piel del extremo de mi miembro, podía acariciar el extremo de su vagina, adonde está el cuello de su útero. Cuando le tocaba en esa zona, podía sentir su cuerpo tensarse aún más mientras estiraba su cuello y llevaba hacia atrás su cabeza.

Cuando me sentía muy excitado, retiraba el pene por algunos segundos para que ambos descansáramos brevemente. Luego volvía a penetrarla y el juego se repetía nuevamente.

A veces retiraba el pene completamente y lo introducía de nuevo. Inmediatamente noté que Carolina es muy sensible a la contracción de los músculos que están a la entrada de la vagina. Esos músculos se estimulan intensamente con la penetración del glande.

Afortunadamente tengo un glande voluminoso y cuando penetro y saco rápidamente estimulo fuertemente la entrada de la vagina. Carolina reaccionaba muy bien a esa estimulación.

Seguimos ese juego por varios minutos, hasta que finalmente Carolina acabó. Apretó intensamente su cuerpo con el mío, con sus manos sujetó mi piel fuertemente y mientras gemía locamente, pude sentir cómo sus músculos vaginales se contraían intensa y fuertemente mientras llegaba al clímax.

Cuando terminó, le pregunté si podía acabar yo. Me dijo que sí susurrandomelo suavemente junto al oído mientras sentía el perfume de su cabello contra mi cara.

Me dispuse a terminar y sucedió algo que me encantó.

Cuando una mujer acaba, puedes sentir cómo se relaja su vagina, que deja de presionar tu pene fuertemente, y el hombre siente que al aflojarse la presión, se pierde parte de la excitación. Cuando una mujer es experimentada, sabe que debe contraer sus músculos perineales para seguir estimulando al hombre. No todas las mujeres tienen esa delicadeza. porque algunas aflojan y simplemente esperan que termines.

Pero con Carolina fue distinto. Ella lleva años de casada y es una mujer encantadora. Cuando terminó, reaccionó inmediatamente, contrayendo voluntariamente sus músculos. El hombre siente diferente esa contracción porque es diferente la sensación, pero es igual de maravillosa. Distinta, claro está, pero maravillosa. Carolina contraía para seguir estimulándome hasta que después de dos o tres movimientos más, pude sentir la salida del semen que le inundaba por dentro.

Ante la eyaculación, Carolina reaccionó intensamente. Me besó con pasión y con su lengua invadió mi boca larga y dulcemente mientras gemía y seguía moviendo su cadera contra mi pubis.

Al terminar el beso, le dije que le amaba. Ella respondió que también estaba enamorada.

Retiré mi pene húmedo, nos acurrucamos y abrazamos mutuamente y finalmente nos dormimos al ritmo de nuestras respiraciones.





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