jueves, 18 de octubre de 2012

El archivo perdido




















El archivo perdido

Cuando abrí la puerta, ví a la visitante que había tocado la campanilla. Era Liliana, nuestra vecina.

Liliana es una vecina de varios años. Casada con un contador, tienen un hijo adolescente de diecisiete años. Su cabello es largo y rubio. Le llega hasta por debajo de los hombros. Su rostro es oval con mejillas redondeadas y cejas anchas apenas retocadas. Su nariz termina en una punta redonda y su boca tiene labios gruesos, de un rosado intenso. Es una maestra de sonrisa fácil y delicada, que muestra una hilera de dientes, blancos y grandes.

Algo regordeta, sus ojos almendrados son marrones y brillantes y suelen observarte atentamente bajo unas pestañas naturales y cortas. Tiene un aspecto juvenil y espontáneo que aparenta muchos años menos de los que tiene en realidad. Vestía una musculosa de color blanco y pantalones de gimnasia azules oscuros. Usaba medias cortas y zapatillas.

Venía a pedirme un pequeño favor. Al parecer, la noche anterior había borrado erróneamente un archivo importante de su trabajo, y como sabe que soy un operador experto, quería saber si yo podía ayudarle a recuperarlo.

Sin nada mejor que hacer, pues era un sábado a la tarde, fuimos a su casa. Mientras caminábamos el breve trecho que separa su casa de la mía, me contó que su esposo había salido a jugar un partido de fútbol hacía unos minutos. Al llegar a su hogar, entramos. Y después de saludar a su hio, que jugaba en la playstation, subimos al primer piso, en donde tiene un despacho con la computadora.

Al parecer, antes de jugar, el chico había estado navegando en internet y había dejado una página de videos abierta. Había estado visitando una página de videos porno. Después de verle el rostro de sorpresa a mi vecina y reírme de buena gana de su rubor avergonzado, le recordé a Liliana que ya sabía yo lo que era tener adolescentes en casa.

Bromeando, abrí el video teniendo cuidado de bloquear el sonido para evitar ser detectados "in fraganti" por su hijo. Al verlo correr en pantalla, nos reíamos como dos chiquillos que hacen una travesura a escondidas.

Hacíamos algunos comentarios graciosos sobre lo que veíamos, pero después de algunos momentos, ambos estábamos mirando con gran atención al video. Podía ver el rostro encendido de Liliana, que se sonrojaba ligeramente ante algunas escenas y evitaba mirarme directamente para que yo no notara su creciente turbación.

Me pareció ver que comenzaba a inquietarse. Tomé el mouse para detener el video y con una sonrisa nerviosa me preguntó:

- "¿Qué haces?"
- "Pensé que querías detenerlo." Respondí.
- "No... dejálo. Veamos un poco." Dijo Liliana mientras se sentaba en un banquillo que había frente al ordenador. Yo me quedé de pie detrás de ella.

Seguimos corriendo el video. Comencé a notar algunas miradas de soslayo de mi amiga, y unas sonrisas cómplices en los momentos de mayor expectación. Empecé a excitarme y algunas ideas alocadas comenzaron a cruzar mi mente.

Liliana seguía las imágenes muy inquieta frente al ordenador. Yo permanecía detrás, un poco a su derecha. Notaba su respiración ligeramente acelerada. Sus pechos subían y bajaban rítmicamente y podía yo apreciarles insinuantes a través de la tela blanca de su musculosa. Comenzamos a cruzar miradas mientras hacíamos algunas sugerencias ambiguas, pero definitivamente cachondas, sobre lo que estábamos viendo.

Yo seguía sosteniendo el mouse en un gesto inútil, reclinado ligeramente sobre ella. Noté que ambos estábamos excitándonos. Al cabo de unos momentos de silencio, Liliana posó su mano derecha sobre la mía, la que estaba sobre el mouse. Me tomó de la mano con decisión y la llevó lentamente contra su pecho para que le acariciara. Pude sentir su pezón duro y erecto.

Su corazón se sentía latir aceleradamente rápido. Cuando le acariciaba, retrocedió un poco su brazo para frotar mi polla sobre la tela del pantalón.

Mirábamos el video atentamente al mismo tiempo que controlábamos si su hijo subía desde la planta baja. Afortunadamente, la escalera de madera era lo suficientemente ruidosa como para darnos alguna tranquilidad, porque se podían sentir los pasos al subir.

El banco en el que se sentaba Liliana era lo suficientemente ancho como para que ella se corriera a un costado. Así lo hizo, y me indicó que me sentara a su lado. Al sentarme, aproveché para meter mi mano derecha por debajo de su pantalón deportivo. La palma de mi mano deslizó por la piel suave de su vientre y mis dedos llegaron a su entrepierna. Pude palpar el cabello cuidadosamente recortado de su sexo, que ya estaba comenzando a humedecerse por la excitación.

Junto a mis caricias, pude sentir bajo mi mano el estremecimiento de su cuerpo cada vez que acariciaba su vulva. Me miró directamente a los ojos y me dijo:

- "Fijate si alguien sube... ¿si?"
- "Me fijo, no te preocupes." Le contesté.

Liliana cerró los ojos, abrió más las piernas para disfrutar de la masturbación que le estaba regalando y reclinó su cuerpo contra el mío. Sus manos tomaron con fuerza mi brazo, en una caricia que además guiaba el movimiento de manera experta.

Decidí reclinarme de manera tal que pudiera rodearle con mis brazos y así llegar a masturbarla con mis dos manos. El elástico de su pantalón era los suficientemente suave como para poder meter mis manos, correr su tanga hacia abajo y acariciarle el cuerpo mientras abría sus piernas todo lo posible.

Ella estaba recostada contra mí. Movía su cadera arriba y abajo, mojándome por completo de flujo caliente. Podía notar mis dedos viscosos y con una sensación de calor producto de recorrer su entrepierna y la piel del interior de sus muslos. Con una mano me concentraba en los labios menores, acariciándolos en todo su largo. Con la otra, me concentraba en su clítoris, al que recorría en toda su longitud.

Cada tanto Liliana interrumpía su movimiento de caderas para guiar con sus propias manos los movimientos de las mías, tomándome por los antebrazos. Cuando hacía eso, su boca completamente abierta me buscaba y me besaba larga y apasionadamente. Su lengua húmeda y palpitante entraba en mi boca. Yo sentía el aliento suave y el sabor dulce de su saliva.

- "Sigue... no te detengas." Me decía.

Yo estaba muy excitado. Si en ese momento mi compañera me hubiera masturbado, doy por seguro que me hubiera derretido por el sólo contacto de la punta de uno de sus dedos.

De pronto sentimos una voz que venía desde los primeros peldaños de la escalera, abajo. Gritó:

- "¡ Má... me voy a lo del Guille !" Dijo su hijo

Interrumpiendo momentáneamente nuestos movimientos y mientras acomodaba un poco su voz, Liliana le respondió:

- "¡ No vuelvas muy tarde !" Gritó mientras volvía a frotarse contra mis manos.

No me dió tiempo para pensar. Al sentir el sonido de la puerta cerrarse, Liliana se incorporó de inmediato. Quitándose los pantalones de gym y la tanga, las dejó caer sobre el piso. Abrió mi propio pantalón y le deslizó junto al boxer hasta las rodillas. No dejó que me incorporara del banquillo.

Abriendo sus piernas, mi vecina se montó directamente sobre mi pene erecto, que deslizó fácilmente por la abundante lubricación que tenía en su coño. Pude sentir cómo el pene se deslizó en su interior con facilidad, llegando bien profundo. Liliana apretó su cuerpo contra el mío y comenzó a besarme apasionadamente entrelazando nuestras lenguas.

Hacía ya varios minutos que estábamos masturbándonos mutuamente, por lo que estábamos casi listos. Moviéndonos intensamente, nuestros orgasmos no se hicieron esperar. Cuando mi pareja estaba lista, susurró en mi oído:

- "Dale... ¡ ahora !" Me dijo con voz ronca de la excitación.

Me dejé llevar. Mi cuerpo se arqueó a su máxima tensión posible y con un movimiento involuntario, subí mi cadera penetrando a mi pareja profundamente mientras me corría. Liliana estaba estrujando la piel de mi espalda porque había subido mi camisa y deslizado sus manos para acariciarme la espalda.

Sentí su cuerpo tensarse mientras su cadera iba y venía frotando fuertemente su entrepierna contra mí y su clítoris contra mi pubis. Por unos segundos pude sentir cómo el flujo de su vagina deslizaba cálidamente por mi pene, durante esos segundos intensos que siguen al orgasmo. Su cuerpo se contraía sin control.

Sentía su fuerte respirar porque su boca reposaba sobre mi oído derecho. Sus pechos se apretaban contra el mio siguiéndole el ritmo. Nuestros cuerpos comenzaron a relajarse. Liliana recorrió en una caricia mi cuerpo que estaba cubierto de un rocío de sudor producto del esfuerzo.

Permanecimos abrazados durante unos minutos. Para nosotros, en ese momento, el tiempo había perdido su significado. Me sentía satisfecho y feliz, al igual que mi pareja. Separándose un poco de mí, pude ver una sonrisa dulce en el rostro de Liliana. Me besó dulce e intensamente en los labios por un largo rato.

Procedimos a vestirnos adecuadamente por si alguien regresaba al hogar y finalmente, recuperé su problemático archivo del disco.

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